jueves, 29 de julio de 2010

En remodelación


Cállata se encuentra en etapa de remodelación.

Volveremos pronto con nuevas historias envueltas en un diseño cuyo cambio será palpable a nuestros lectores. Todo sea por mejorar una y otra vez.

Atte. Los Callalités.

viernes, 23 de julio de 2010

Tiempo de ¿relax?


Aquello de las vacaciones tiene algo de particular: tardan en llegar, se van de volada y pasan cosas inesperadas, incluidas las enfermedades que no te dan nunca, más que en esos días.

Tras medio año de chamba, decidí que era momento de tomar un break. Con los preparativos medio hechos, cambiando de planes y tomando decisiones con pocos minutos para repensarlas, llegó el último día de trabajo.

Un día extra pedido para ver el arranque de la Selección en el Mundial, con todo y desmañanada y reunión de waffles y Quik, sustituyendo a las chelas y botanas, y tocó el turno de empacar y revisar que todo estuviera en orden.

Cuando haces la maleta a toda prisa, corres el riesgo de olvidar la mitad de las cosas indispensables, pero cuando la haces con todo el tiempo del mundo, corres el riesgo de llevarte medio closet y hurgar donde jamás metes mano y donde seguramente no hay nada que podrías necesitar.

Así fue. Saqué un banquito -rojo, eso sí-, que nunca había usado, pero que, cuando lo compré, juré que sería de gran utilidad.

Dispuesta a subir en él, no encontraba el correcto mecanismo para abrirlo; moví las patas en el lado opuesto hasta que quedé prensada del dedo gordo entre dos superficies metálicas que estaban prácticamente pegadas con mi mano en medio.

Queriendo gritar de dolor, pero pensando que el tiempo de reacción sería valioso para salvarme, emití un "aaaauuuu", medio discreto para lo que estaba aconteciendo, y dediqué mis pocas fuerzas a tratar de separar con el otro brazo aquel desastre que jamás hubiera logrado reparar.

De haber estado sola, habría tenido que salir corriendo de la casa, cual loca con banquito cargando, a pedir auxilio. Afortunadamente, mi novio salió al rescate.

"¿Estás bien?"....

...."Ayúdameeeeee"....

Tras levantarse de la cama con un salto chapulinesco, analizar la situación en el medio segundo en el que llegó al lugar de los hechos; no identificar el funcionamiento del mecanismo, pero lanzar un puñetazo a la base del asiento, que, DE MILAGRO, atinó al sentido correcto; y yo, en estado de shock sin poder hablar ni para advertir hacia dónde moverlo.

Mi dedo quedó liberado al instante, morado, flaco como calcomanía y con un hoyo -que aún no me explicó cómo pasó-. Juré que estaba roto, esguinzado o algo por estilo.

Mientras él corría por hielo, yo empezaba a llorar tras liberar la adrenalina del susto. Cual película de terror, y, sin exagerar, en ese momento se nubló el cielo, sonaron ambos celulares, uno tras otro, cayeron dos rayos, con los sucesivos truenos a todo volumen, que me asustaron aún más.

Una de las llamadas a mi teléfono fue para preguntar si no le habían robado a él su celular porque un individuo se había comunicado.

Esquivamos el sonido de la tormenta, el cambio de hielo, tirando todo lo que se cruzaba en su camino; las lágrimas, la temblorina, la revisión del movimiento de la herida, a la par de alertar a la familia por si recibían alguna comunicación extraña.

En fin, no me fui con la mano enyesada a la playa, pero el destino se encargó de cobrármela. En la alberca, sin moverme, llegó una avispa, abeja o bicho extraño, a depositar -una vez más- su aguijón en mi hombro. Ahí sí grité, salté, me sumergí, pedí que me quitaran al animal de la cabeza, con todo y gringos mirándome.

Así que ¿karma... o vudú vacacional?

jueves, 22 de julio de 2010

30 estados, Culiacán y un Distrito Federal


De huerquito siempre dije que sería novio (así hablan los embriones) de pura chilanga.

Por algún extraño motivo, y pese a que mi madre es de la hermana república de Guanajuato, siempre tuve aversión a la provincia. No algo malo propiamente. Tan sencillo como que siempre vi en la Ciudad de México a todo México. Y lo que hubiera afuera, era una periferia, un agregado, un montón de pueblitos en los que difícilmente habría electricidad. Oh sí, cuando niños somos muy crueles en ciertos aspectos. Incluso en la noción de pertenencia.

Pues bien, por bravucón y bocazas, hoy la vida me ha dado un buen sopetón. Ando con una "culishi", y estoy profundamente enamorado de ella. Me resulta irresistible cuando arquea su tonito de voz y, con ello, logra que yo piense en su faceta más cachubi. No me importan las burlas por las quesadillas de queso: pese a mi aversión del pasado, ahora me fleto mis amaneceres con ella y festejo la relación más atómica de la República Mexicana, compuesta por el Distrito Federal, Culiacán... y el resto.

Sí, fui hablador, sí, me le tiré a la yugular a las de provincia, sí, las coloqué a la altura de Guatemala, pero no importa. Hoy soy feliz gracias al destino que me quitó lo testarudo y me convirtió en víctima del embrujo "culishi".

Por cierto, las especificaciones que me dieron alguna vez acerca de las mujeres de Culiacán son verdaderas. Brindo por ello.

miércoles, 21 de julio de 2010

Cuando sea grande...


Como digna Reina del Norte, mi madre siempre se ha caracterizado por su dura forma de juzgar, su mirada penetrante, su obsesión por la limpieza y su perfeccionismo.

Mientras vivía bajo su tutela, me quejé mil veces de sus regaños exagerados por no tender la cama, levantarme tarde, dejar las cosas regadas en mi recámara, subir los pies a los sillones o a la cama, dejar las puertas abiertas cuando teníamos visitas y un sinfín de etcéteras, pero, sobre todo, odiaba cuando me mandaba a buscar algo y yo regresaba con el clásico "mamá, no lo encuentro", a lo que respondía "te está picando, no puede ser....".

Los años transcurrieron y juré no ser igual que ella cuando creciera (en esos aspectos), pero después de veintitantos años apareció en mi vida Luis, mejor conocido como Inphi y a quien hoy llamaremos "mi karma" o "el vengador de mi madre".

Sí, digo vengador porque en casi 8 meses ha hecho que me trague, una a una, mis palabras y frases, como "yo nunca voy a ser así, mamá", "no voy a regañar a mis hijos", "qué horror que tengas esa obsesión por la limpieza"... todas las he deglutido.

El vivir con una personita despistada y despreocupada me obliga a usar diariamente expresiones como:

1. "Luis, no inventes, te está picando...
2. "A ver.. ahí va la maga a aparecerlo"
3. "¿Traes cola? ¿por qué no apagaste la luz?"
4. Cómo se te ocurre abrir sin avisarme, no ves que está toda la recámara tirada...
5. ¿Te fuiste sin ponerle llave a la puerta?
6. ¿Puedes poner en su lugar tus cds?
7. ¿Qué hace la lap conectada?

Hoy, después de 10 años, lo acepto. Soy igualita a mi madre en muchas cosas... ¿mi Karma o simplemente "de tal palo... tal astilla"?

martes, 20 de julio de 2010

Todo por el extintor


Hay una serie de televisión que, en mi muy personal humor simple, es grandiosa se llama "My Name is Earl". Es la historia de un delincuente que a raíz de una serie de sucesos extraños entiende el concepto de karma y decide componer todo lo que ha hecho mal en su vida.

A quien no la haya visto y tenga un sentido del humor simple, se la recomiendo ampliamente, es muy divertida, un poco estúpida y simple pero muy divertida.

¿Y por qué viene esto al caso? Muy sencillo, no viene al caso, pero quería iniciar recomendando un rato de sano humor.

Debo confesar que la historia que les contaré fue una de las postuladas a ser posteada en el tema de "El robo del siglo", pero por pena a publicar un acto tan deplorable (y un poco de miedo a ser arrestado) decidí omitirla en aquella ocasión.

Fue una noche de fiesta, era el cumpleaños del mismísimo doctor El Perra, en la que después de haber estado bromeando con hurtar un extintor, una amiga puso a prueba mis capacidades y retóme a salir del bar con el extintor en la mano... cosa que no me enorgullece, pero logré.

Al día siguiente, mi madre preguntó de dónde había salido ese gran artefacto rojo, a lo que contesté "Es del coche de carreras".

Toma chango tu banana, el pinche karma se encargó de que mi carrera como piloto fuera una de las más desastrosas en la historia, motores rotos, pistones, anillos, válvulas, un eje trasero doblado.

Pero su más grande manifestación fue cuando en un olvido peligroso, dejé el extintor en el taller de mi tío, residencia oficial del auto 76, justo ese día, el karma decidió darme una lección.

Algo que mi tío nunca había visto, volaron dos pistones, perforaron la pared de 2 centímetros de acero que los separa del mundo exterior y con tremendo agujero, hacer un incendio fue cosa de niños.

Justo el día en que se incendió el coche y nosotros sin el mentado extintor robado, ya que el karma me había cobrado con 6 meses desastrosos intentando echar a andar el armatoste con ruedas, la decisión de asestar el golpe final incendiando el coche fue una ironía maestra.

Así que siguiendo las enseñanzas de la serie que les recomendé al principio, debería regresar al bar, pedir disculpas por haber tomado su extintor y volver a las pistas, tal vez de esa forma lograría terminar más de una carrera cada dos temporadas.

viernes, 16 de julio de 2010

Espíritu del mal gusto



Tras caracterizarnos por ir siempre a los mismos lugares, al jefe de la banda se le ocurrió cruzar fronteras y llevarnos a un lugar kitsch, según él, muy de moda, en el que viviríamos una noche diferente.

Empezó a armar el grupo y, para variar, le contesté: “Oooookkkk”, léase el tono de "ya queeeeeee".

Al primer, “No podemos llevar carro”, debí pensar que no era la mejor idea. “Ahí asaltan, qué miedo dejar el coche, mejor nos vemos donde siempre y en taxi”.

“Órale, pues”.

Así, llegamos a la Colonia Maravillas, ironías de la vida, y frixi los dejé con el dato.

Desde la entrada al “Disco Club Privado”, del cual no revelaré el nombre, -"venga, periodistas, a investigar"-, delatamos nuestra cara de turistas, la cual fue detectada al minuto dos por los asiduos clientes que nos miraban como presas nuevas.

Estilo fonda, con todo y mantelitos de plástico de florecitas, prácticamente agarrados con pinzas para colgar la ropa; sillas de cantina; luminoso como sala de hospital. Los adornos, globos y PAPEL PICADO, cual fiesta de quinceañera, y la música… no tan mala, creo, recuerdo una mezcla de todos los géneros, más las clásicas peticiones.

Hombres con sombrero, botas vaqueras, mostacho a todo lo que da, y pinta de macho men, nos daban la bienvenida con su mirada fija.

Le mentamos la madre unos cuantos minutos al fiel organizador, quien no podía mostrar su nerviosismo y se comportaba como el más “cool”, pidiendo las primeras chelas.

Después de un par, ya bailábamos todos, eso sí, codo a codo, y en círculo, por cualquier imprevisto.

Saldo: le robaron la cartera a uno del grupo, o al menos eso nos dijo. No hubo necesidad de reclamarle a nadie, simplemente, el autor intelectual nos avisó que ya estaba afuera nuestro mismo taxi, pagamos y nos fuimos después de varias horas.

Ya ves, Paquito, de haber sabido que serías el tema de este post..., era cuestión de esperar para que surgiera una de tantas de las que vivimos juntos. Sí, es el peor hoyo al que hemos ido, al menos juntos, jaja, así que ponte las pilas y llévame a conocer tus nuevos lares.

¿Any thoughts?

jueves, 15 de julio de 2010

Realmente... el peor


En el mundo de los tugurios es más fácil encontrar el mejor que el peor de ellos. Y, en verdad, nosotros ya encontramos el peor.

Un table siempre tiene su dosis de "encanto", if you know what I mean. La luz moribunda, la creencia de que uno está seguro pese a las advertencias en cada milímetro, la mirada de los monigotes que marcan la entrada al lugar, el tipo de vasos, la lamparita con la que te alumbran el menú de bebida, la altura del techo, las "formas" de las protagonistas de la noche, la voz inaudible del presentador, la ubicación de los privados, en fin.

Hace poco quisimos indagar Princess Janne y yo un tugurio que se encontraba en una zona muy cercana a las casas de mi suegra y de mi madre. De día parecía otro negocio, pero de noche, con la ayuda de un escalerón metálico de color negro, de pronto todo se convertía en una sucursal del infierno carnal. Pero más que a sexo, el aroma era a lo más chueco que uno puede imaginar. Un tipo cobraba por ver cómo te estacionabas, otro por ver cómo te bajabas del coche, otro por seguirte con la mirada mientras subías las escaleras y otro más por atestiguar tu entrada al lugar. Puro hampón, no menos que eso.

Sabíamos que la encomienda era una hora, un chupe y adiós. Un miércoles perdido en junio y una misión de saber el tipo de tugurio que, súbitamente, había irrumpido muy cerca de una colonia residencial. Y no nos equivocamos.

En toda la extensión de la lógica, el mejor signo de que uno se encontró con Dios es el cielo, y de que uno se topó con el diablo es el rojo del infierno, pero aquí, paradójicamente, hasta lo prohibido era ilógico. Era un table en el que no había tubo, sino simplemente una plataforma para que la chica en cuestión caminara de un lado a otro como hamster e hiciera una rutina enteramente intrascendente.

A eso habría que sumarle la presencia masiva de guarros en comparación con escasos 5 clientes, ya contándonos. En un lugar así... lo último que llega a la cabeza es cualquier variante de antojo y lo primero que impera es la urgencia por terminar el trago y salir de ahí "completo".

Fue suficiente la experiencia y el riesgo. Pedí la cuenta, nos topamos con los pronosticables reclamos de propina y valet parking y, sin rasguño, escapamos del tugurio más bajo de la historia.

Como verán, en el presente relato no hablé de las chicas del lugar. No me vino a la cabeza. No las recuerdo.