viernes, 14 de mayo de 2010

Una simple jarra de limón


Ya les he adelantado el tipo de travesuras que marcaron mi infancia; para los que no las han leído, por favor tómense un minuto para leer el post ‘El recuento de los daños asertivos’.

Agregaría a estas anécdotas mi primera “borrachera” con agua de limón. La casa para nosotros solos no cambiaba tanto nuestra rutina, ya que debido al trabajo de mi mamá, mi hermano y yo teníamos demasiado tiempo libre.

Así que la novedad eran las escasas reuniones, en las cuales venían los hijos de los compañeros de oficina de mi madre, y teníamos nuevos “amiguitos” con quienes inventar.

Aquella noche quisimos copiar a los adultos, a los cuales a esa edad no comprendes, ni intentándolo, ¿qué de divertido tiene sentarse a cenar hoooraaaas, tomar vino y platicar? Tremenda aburrición. La mejor manera de tratar de entenderlos fue recrear la situación.

Bajamos a la cocina, en vez de la sopa con crutones y tantas cosas que ponerle, tomamos un plato de cereal; en lugar del lomo al oporto, mermelada para aderezar nuestro manjar, y nuestras copas de vino se convirtieron en una jarra de agua de limón para tres sedientos escuincles.

En el escalón más alto de la escalera de mi casa, escuchando cual espías la conversación más aburrida de la historia, tomamos a toda velocidad nuestros licores, a forma de shots, brazos cruzados, tapitas de corcholatas, castigos, hasta que la risa y la actitud, cual teporochos, delató nuestro escondite. Muy en nuestro papel, después de ser descubiertos, interrumpimos aquel momento para ser examinados.

No daban crédito del contenido de nuestros vasos. Sólo nos faltó vomitar los 6 litros de agua para demostrar que no ingerimos alcohol; aunque, he de confesarles, poco nos faltó.

2 comentarios:

  1. Prácticamente podríamos decir que jugaron a las comiditas. Eso de embriagarse con agua de limón equivale a fumar cigarros de chocolate, me encantaba.

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  2. JAJAJAJAJA... me hiciste recordar la borrachera de un sobrino a sus 2 añitos. Yo me serví un vodka, lo dejé en la mesa de centro y cuando regresé encontré al pelao con mi vaso, ya le había dado cran. Las tías y la mamá nos gritábamos ¡como no pusiste descuidarte! ¡quién lo dejó! mientras el escuincle se tambaleaba. Finalmente la mamá tuvo la cordura de llamarle al pediatra y la bronca fue mantener despierto al borrachín de dos años.

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