martes, 6 de julio de 2010

El fin


Por difícil e inverosimil que parezca, el tema de esta semana no fue inspirado por la necesidad de un doctor que cure los grandes vacíos que dejan las deserciones de Muñoncita y La Thi, fue el resultado de tener un médico presente al momento de decidir los siguientes temas de este blog.
Tampoco se vayan con la finta de que con este par de elementos caídos este espacio llega a su fin, ya que nos quedan hartas historias que contar. La de hoy, evidentemente relacionada con hospitales.
Así que a lo que te truje, resulta que en alguna ocasión recibimos la llamada de un amigo de mi hermano El Malacopa, un par de semanas atrás habían operado a su papá y su mamá le encomendó la sencilla labor de conseguir donadores de sangre mientras ella atendía a su padre después de sobrevivir a un doble bypass cardiaco.
Al buen Gordo se le olvidó, y su fecha límite era ese sábado, así que por el cariño que mi familia completa le tenía al susodicho, cancelamos planes y salimos corriendo a donar sangre. A mi hermano lo batearon por no dar el peso mínimo de 50 kg, a mi madre por tener un foco de epilepsia, ingerir medicamentos para el mismo, haber tenido hepatitis... así que el único en condiciones relativamente buenas para donar era yo.
Ahí inició mi campaña de donación altruísta de sangre, cada vez que el conocido de un primo de un amigo que acababa de llegar al DeFectuoso necesitaba sangre, yo acudía gustoso a poner mi granito de arena.
Esa carrera de donar sangre para otros finalmente pago dividendos cuando mi madre estuvo internada, ya que además de la gente a la que alguna vez hicimos el paro mi hermano y yo, nuestros amigos quieren mucho a La Jefa, así que no dudaron en ir a ser ordeñados.
El día previo yo asistí a una reunión en la que sirvieron de cenar una taquiza, pura comida grasosa (cointraindicada para la donación del día siguiente), así que se me hizo fácil brincarme la cena.
Al día siguiente llegamos al hospital a las 8 de la mañana, mis tripas ya rugían. Sorpresa, al entrar al banco de sangre parecía el centro en domingo de megaconcierto masivo y gratuito.
A chinga, ¿desde cuando pagan por la sangre? o si no que alguien me explique qué carajos hace toda esta gente aquí.
El tiempo transcurrió lentamente, mientras mi estómago gritaba que necesitaba un taco, o una galleta o ya jodido un licuado.
Por fin, cerca de las 12 del día nos pasan, nos conectan aquellos méndigos jeringones que cual adictos hasta cariño les habíamos tomado. Pero ese día sería diferente.
De pronto comencé a sentir algo extraño, algo que nunca me había pasado, estaba mareado, los brazos y piernas me hormigueaban y estaba sudando frío.
-Oiga señorita enfermera, no me siento bien
-No te preocupes, ya casi acabas
Tres segundos después ya estaba con El Malacopa.
-Oye tu vienes con el de verde
-Sí, ¿por qué?
-Es que se nos está poniendo remalo, ¿tú vas a manejar?
-Sí
-A bueno, entonces no hay problema
Terminé la donación, quedé tendido por espacio de 15 minutos hasta que bajó levemente el mareo, y a paso lento pase a ingerir el delicioso desayuno de hospital, cortesía para aquellos que se dejan picotear los brazos.
Para mí había sido una experiencia nueva, lo que no sabía es que marcaría el fin de mi carrera como donador altruísta de sangre, ya que después de esa ocasión no me dejan donar, ya que soy propenso a volver a ponerme verde como la playera que llevaba ese día.

2 comentarios:

  1. Pequeña corrección: no le ´"teníamos" cariño al papá del gordo: le tenemos ¡wy! (wy tú, no Don Efra).

    ¿En serio ya no te dejan? o la neta fue que te cansaste de los piquetes. =) ¡Confiesa!

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  2. Qué feo... Esa sensación de desmayo es horrible, pero qué padre que te hayas ofrecido tantas veces. No toda la gente está dispuesta a hacerlo.

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